La producción vitivinícola en Bizkaia sufrió de forma tardía el desolador azote de la filoxera, la cual no llegó al viñedo vizcaíno hasta los primeros años del siglo XX.
Esta drástica perdida de capacidad de producción de nuestros caseríos coincidió con el boom industrial que, alrededor del acero, estaba viviendo la industria vasca, lo cual hizo aun mayor el abandono del cultivo de la vid en nuestras tierras.
Durante décadas el residual cultivo de la vid se mantuvo en Bizkaia gracias al corazón de muchos pequeños propietarios que se resistían a dar por perdido el vino “hecho para casa”. Fueron tiempos en los que se introdujeron variedades foráneas y técnicas de cultivo que poco o nada tenían que ver con nuestras tierras, clima y cultura.
Actualmente, el corazón y la cabeza de los viticultores camina de la mano para devolver el esplendor al txakoli, por lo que se van imponiendo nuevamente las variedades autóctonas, sobre las que se han realizado trabajos de selección clonal que nos han permitido ganar no solo en calidad de la uva, si no en calidad de cultivo y medio ambiente.
La lógica y el peso de la herencia que deseamos dejar a la sociedad, hace que cada vez se trabaje con más ahínco en técnicas como la confusión sexual para evitar la aplicación de insecticidas, de potenciar la coexistencia invernal de ganado y viña, o el tratamiento de los hollejos resultantes del prensado de la uva para su posterior reversión al campo en forma de abono ecológico.