El sector del vino, que vive de la tierra y que por tanto sufre directamente los desajustes provocados por el cambio climático, puede convertirse en la punta de lanza en la lucha contra el cambio climático y en un ejemplo de adaptación. En 2008, nos marcamos el objetivo de reducir en un 30% las emisiones de CO2 por botella desde la viña al transporte final en 2020, mediante el uso de energías renovables, medidas de eficiencia energética, transporte eco-eficiente, etc.

Pero además de reducir la huella de carbono, debemos adaptarnos y pensar en el futuro buscando nuevos territorios aptos para el cultivo de la vid o identificando variedades que puedan ser más resistentes e incluso levaduras que puedan reducir el grado de alcohol, por ejemplo.

El proyecto de recuperación de variedades de uva  ancestrales, que iniciamos hace más de 30 años, es un buen ejemplo de que nos podemos adaptar y a la vez ser fieles a nuestra tradición y singularidad.