Pocas plantas hay más sostenibles que la vid. Austera en su día a día, dando lo mejor de sí en los suelos más pobres; longeva, a veces centenaria, recogiendo en sus frutos la memoria de muchas estaciones; y emocional, humana, portadora de historias.

El vino, esa esencia transformada de la vid, es mensajero de sostenibilidad si se le dejó hacerse de acuerdo a principios adecuados, y si se consume por las gentes que lo saben entender.

Es por ello que no tiene sentido hablar de gastronomía sostenible si no aparece el vino en el concepto, si los productores de vino, esos cocineros de la uva, no hacen equipo con los «otros» cocineros sostenibles.